Las calles, la moda, las costumbres, los domingos… en fin, el espíritu que flotaba en la atmósfera mexicana era otro hace cien años. ¿Cómo se retratará nuestra época dentro de otros cien?
Hace poco recibí un regalo maravilloso: una publicación de la Universidad Iberoamericana, coordinada por Teresa Matabuena Peláez y María Guadalupe Ayala Banuet, sobre el Revista de Revistas de 1925. La edición se compone de estudios académicos muy pertinentes sobre lo que significó el Revista de Revistas para la vida mexicana en diversos aspectos, reproducciones de artículos, fotografías, ilustraciones —las famosas portadas del “Chango” Cabral, joyas del art déco mexicano— y, cosa muy bonita, un facsímil del primer número de la revista en aquel año que salió el 4 de enero de 1925, hace exactamente cien años.El editorial de aquel número de Revista de Revistas mencionaba que justo comenzaría el periodo del general Calles, recién electo, y había esperanza en que cesaría la violencia y el país se institucionalizaría, quién lo iba a decir. Pero muchas cosas más trae este libro hermoso: un México en el que la sociedad se paseaba por la calle de Madero como en La sombra del Caudillo —o en plan más secreto, en La estatua de sal, de Novo. Militares y políticos conspiraban en las aceras, mientras los dandies con sus trajes alegres esperaban ver pasar a las mujeres de la buena vida y las de la alta sociedad que andaban de compras, luciendo las últimas modas de París. Entre el populacho pasaba aquella figura que llamaban “el indio triste” con su traje de manta y sus ollas de barro con mercaderías. Y, por supuesto, los curiosos, los reporteros y los cronistas, todo México en una calle.
Estaba de moda sacar fotos con pequeñas cámaras Kodak que se anunciaban en la revista y comer cereal Kellogg’s. La gente paseaba los domingos por Chapultepec y algún carruaje despistado se colaba entre los nuevos automóviles descapotables y los charros a caballo luciendo sus adornos de plata en los trajes. Un ánimo de carnaval y de fiesta comenzaría a inundar aquella ciudad de México de los veinte en la que a la alberca Pane habían sustituido la alberca Esther en San Ángel con su tanque y sus clavadistas, o la del Junior Club. Los remedios para la tos, los jarabes para adelgazar o para engordar, las píldoras mágicas para toda clase de afecciones y los cinturones eléctricos para el vigor y los cólicos, habitaban la fantasía de las lectoras que hojeaban sus páginas y leían los chismes sobre la jovencísima Lupe Vélez o María Conesa que mantenía en temporada de hasta seis meses sus funciones de teatro. Se hablaba de Diego Rivera, de Montenegro y del arte nacionalista a una clase media que trabajaba en oficinas y se enteraba del mundo y las novedades.
Todo un viaje el de ese regalo a aquel 1925, hace cien años. ¿Cómo se retratará nuestra época dentro de otros cien?
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