Por: Danielle Roux Rodríguez

No es un secreto que el mundo actual se mueve con una velocidad nunca antes vista; incluso, impensable hace apenas unas décadas. Entre la inteligencia artificial, la polarización cada vez más profunda, la crisis ambiental, la toma de consciencia de diferentes grupos minoritarios, la electrificación y automatización de diversos procesos, entre muchas otras transformaciones en las que nos desarrollamos, el día de hoy nos enfrentamos a una realidad compleja y, sobre todo, cambiante. En este contexto, ¿quién es el encargado de ayudarnos a navegar la transformación? ¿Cómo nos podemos adaptar a la variabilidad? La respuesta está en la capacidad humana de llegar a nuevas soluciones a los problemas a partir de la creatividad, el diálogo y el intercambio de ideas; y el campo perfecto para gestar el encuentro de mentes brillantes son las Universidades.

Las Universidades, desde su inicio en el siglo XII, se fundamentan en el intercambio de ideas, en el enfrentamiento de pensamientos, en la refutación de hipótesis. La investigación científica y humanista está en los cimientos de las instituciones de educación superior, ya que esta labor académica es lo que las distingue de meros institutos en los que se dictan cátedras y se evalúa la memorización. Las Universidades, entonces, son y aspiran a ser la cuna de la investigación de vanguardia, ya que la ebullición de ideas que se da gracias a la concentración de diversas personas y puntos de vista en un solo lugar es el entorno perfecto para la innovación. 

Descubrimientos tales como el grafeno, el material más delgado del mundo; el cráneo más antiguo de un Homo erectus; la primera fotografía de un hoyo negro; medicamentos para el VIH/SIDA, tuberculosis, diabetes; los rayos X y la radiactividad; el endulzante Xilinat, entre muchos otros, se gestaron en laboratorios y aulas de Universidades. Más allá de esto, la realidad es que la existencia moderna no sería como la conocemos sin los científicos e investigadores que cambiaron el mundo, y gracias a cuyos conocimientos y descubrimientos, vivimos cómo lo hacemos. La energía, la defensa, la economía, la agricultura, el transporte, la salud, la comunicación, el ocio, el entretenimiento, la filosofía, la educación; todos los ámbitos que definen la vida moderna han sido y son tocados por la investigación todos los días y a lo largo de la historia.

De hecho, la UNESCO considera que 

“La ciencia es el mayor esfuerzo colectivo. Contribuye a asegurar una vida más larga y saludable, supervisa nuestra salud, proporciona medicamentos para curar nuestras enfermedades, alivia los dolores y molestias, nos ayuda a proporcionar agua para nuestras necesidades básicas, incluida nuestra comida, proporciona energía y hace la vida más divertida, incluidos los deportes, música, entretenimiento y la última tecnología en comunicación. Por último, pero no menos importante, nutre nuestro espíritu. La ciencia genera soluciones para la vida cotidiana y nos ayuda a dar respuesta a los grandes misterios del universo.  En otras palabras, la ciencia es uno de los canales de conocimiento más importantes. Tiene un rol específico, así como una variedad de funciones en beneficio de nuestra sociedad: crear nuevos conocimientos, mejorar la educación y aumentar la calidad de nuestras vidas”

Ahora, es cierto que, aunque todos estemos de acuerdo con la importancia de la investigación y el papel crucial que juegan las Universidades en su desarrollo, no es suficiente que solo se haga en el claustro académico. Si la investigación se queda en los laboratorios y en las aulas en donde nace, no podrá ser aprovechada en el desarrollo de la humanidad, y la realidad es que de nada sirve el conocimiento si se queda guardado en un cajón. Por el contrario, para que el conocimiento que se genera en las instituciones sea realmente transformador, tiene que ser capaz de salir del gremio académico y hacer un impacto en la realidad social. Para que se produzca una marca positiva, no solo se necesita la realización de investigación y desarrollo, sino que también debe acompañarse de una sólida gestión explícita que facilite la transferencia de conocimiento hacia la sociedad y resuelva problemas urgentes del contexto en el que se desarrolla. De este punto parte la responsabilidad que tienen las Universidades e instituciones de investigación de atender a las necesidades sociales y económicas, y aumentar su involucramiento con el sector privado para la resolución de necesidades. En otras palabras, para hacer investigación realmente valiosa hay que pensar más allá de los artículos y publicaciones académicas: es necesario desarrollar conocimientos con potencial real. 

Esta mancuerna que se forma cuando se unen la innovación y la consciencia social es a lo que debemos aspirar dentro de las instituciones de educación superior, y es lo que llamamos en la Universidad Iberoamericana como “Investigación con Sello IBERO”. El Sello IBERO es el proceso de enseñanza-aprendizaje profundo y potente que impulsa la transformación de la realidad social. El Sello IBERO es entender la importancia de generar conocimiento que trascienda los círculos académicos y que tenga incidencia pública. En la IBERO y su Patronato tenemos presente la importancia de fomentar la investigación con Sello IBERO para hacer frente a los desafíos del complejo mundo moderno, por lo que impulsamos anualmente a los investigadores y becados de investigación de diversas disciplinas que trabajan para transformar los problemas en soluciones, las crisis en oportunidades. En la IBERO, como verdadera Universidad, apoyamos la renovación del mundo a través de la investigación innovadora, profunda y potente. 

Te invitamos a formar parte de la celebración del Reconocimiento FICSAC-IBERO a la Investigación con Sello IBERO 2023 que se llevará a cabo el 22 de noviembre. ¡Te esperamos!